El consumo de espárragos suele estar acompañado de un efecto secundario peculiar y ampliamente debatido: un distintivo y fuerte olor en la orina. Este fenómeno, que no es percibido por todas las personas, tiene una explicación científica bien definida que involucra tanto la bioquímica de la verdura como la genética humana.
La causa principal de este olor reside en el ácido asparagúsico, un compuesto que se encuentra de forma casi exclusiva en los espárragos. Durante el proceso de digestión, el cuerpo humano metaboliza este ácido y lo descompone en varios compuestos volátiles que contienen azufre, como el metanotiol y el sulfuro de dimetilo. Son estas sustancias las que se excretan a través de la orina y generan el característico aroma, que según expertos, una gran mayoría de la población produce tras la ingesta.
Diferencias entre espárragos verdes y blancos
No todos los espárragos producen este efecto con la misma intensidad. Los espárragos verdes, que crecen expuestos a la luz solar, desarrollan una mayor actividad metabólica y, en consecuencia, una concentración más alta de los compuestos precursores del olor en comparación con los espárragos blancos, que se cultivan bajo tierra. Por esta razón, tanto los espárragos verdes frescos como los envasados tienden a generar un olor más penetrante.
Un factor genético determinante
Sin embargo, el hecho de producir el olor no garantiza poder percibirlo. Estudios científicos han determinado que la capacidad para detectar estos compuestos sulfurados en la orina es de origen genético. Se estima que aproximadamente la mitad de la población carece de la variante del gen receptor olfativo necesario para identificar este aroma específico. Por lo tanto, aunque una persona excrete los compuestos, es posible que sea completamente ajena al olor, en lo que se considera un caso de anosmia específica.