La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) ha informado sobre la detección de una diversa gama de moléculas orgánicas en Marte, un hallazgo que alimenta la posibilidad de que el planeta albergara vida en el pasado. Sin embargo, la comunidad científica mantiene la cautela, recordando una larga historia de anuncios similares que, tras un análisis riguroso, resultaron tener explicaciones no biológicas.
El descubrimiento más reciente proviene del rover Perseverance, que analiza rocas en el cráter Jezero, un área que se cree fue un antiguo lago. Las muestras revelan la presencia de carbono orgánico y texturas, como nódulos y marcas distintivas, que en la Tierra se asocian a procesos biológicos. A pesar del interés que suscitan, los expertos de la NASA subrayan que estos indicios no son una prueba definitiva de vida, sino una pieza más en un complejo rompecabezas científico.
El dilema de las biofirmas
El desafío fundamental en la búsqueda de vida extraterrestre radica en la interpretación de las llamadas "biofirmas". Las moléculas orgánicas, compuestas principalmente de carbono e hidrógeno, son los componentes básicos de la vida tal como la conocemos. Su presencia puede ser el resultado del metabolismo de microorganismos, pero también pueden formarse a través de procesos geológicos abióticos, es decir, reacciones químicas que no involucran a seres vivos. Esta dualidad es la razón por la cual cada hallazgo de este tipo es recibido con tanto optimismo como escepticismo.
Una búsqueda de siglos
La fascinación por la vida marciana no es nueva. En el siglo XVIII, el astrónomo William Herschel ya especulaba sobre la posibilidad de vida en Marte tras confirmar la presencia de casquetes polares de hielo. Con la llegada de la era espacial en el siglo XX, las misiones no tripuladas confirmaron la existencia de agua congelada y evidencias de antiguos ríos, reforzando la idea de que el planeta pudo haber sido habitable.
En la era moderna, los rovers Curiosity y Perseverance han liderado la investigación. En 2018, Curiosity detectó variaciones estacionales en los niveles de metano atmosférico, un gas que en la Tierra es a menudo producido por microbios. No obstante, también puede liberarse por interacciones entre rocas y agua, siendo esta última la explicación más aceptada hasta la fecha.
Posteriormente, el mismo rover identificó en el cráter Gale isótopos de carbono que en nuestro planeta se asocian al ciclo del carbono realizado por organismos vivos. Una vez más, se encontraron explicaciones abióticas plausibles que impidieron confirmar un origen biológico.
Los desafíos tecnológicos
La persistencia de estas ambigüedades plantea una pregunta clave: ¿por qué es tan difícil obtener una respuesta definitiva? Una posibilidad es que, simplemente, no haya existido vida en Marte. Otra, sin embargo, apunta a las limitaciones de la tecnología actual.
Un estudio publicado en 2023 arrojó luz sobre este problema. Los científicos utilizaron algunos de los instrumentos más avanzados, diseñados para la búsqueda de vida en Marte, en el desierto de Atacama en Chile, uno de los análogos terrestres más cercanos al entorno marciano. A pesar de que se sabe que el desierto alberga vida microbiana, los instrumentos no lograron detectar todas las biofirmas presentes. Este resultado sugiere que las herramientas actuales podrían no ser lo suficientemente sensibles para encontrar rastros de vida en Marte, en caso de que existan.
Por ahora, cada nuevo dato del planeta rojo es un hilo del que tirar. El reciente hallazgo de Perseverance en el cráter Jezero es un avance significativo que guiará futuras investigaciones, pero la confirmación de vida en Marte sigue siendo una meta que requiere más evidencia y, posiblemente, el análisis directo de muestras traídas a la Tierra.