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Tics: Un análisis de las causas neurológicas y psicológicas de los movimientos involuntarios

Los tics son movimientos involuntarios que se originan por una combinación de factores neurológicos, genéticos y psicológicos. Este trastorno, a menudo exacerbado por el estrés, puede ser transitorio en la infancia o persistir hasta la edad adulta, afectando la vida diaria de quienes lo padecen.
Los tics suelen empezar en la niñez, pero deben tratarse para no arrastrarlos en la adultez.

¿Qué son y cómo se manifiestan los tics?

Los tics son movimientos o sonidos repetitivos, rápidos e involuntarios que una persona no puede controlar. Quienes los experimentan suelen sentir una creciente necesidad de realizarlos, seguida de un alivio momentáneo. Estos gestos pueden variar desde un parpadeo excesivo, muecas faciales y movimientos bruscos de hombros o cabeza, hasta sonidos como carraspeos, toses o gruñidos.

Aunque en muchas ocasiones se inician durante la infancia y desaparecen con el tiempo, en otros casos persisten hasta la edad adulta, convirtiéndose en un trastorno crónico que interfiere con la vida diaria. Las personas afectadas a menudo describen una sensación de tensión interna que solo se libera tras realizar el tic, lo que crea un ciclo difícil de romper.

La base neurológica del trastorno

Desde una perspectiva médica, los tics son considerados un trastorno neurológico. La Sociedad Española de Neurología (SEN) señala que están relacionados con alteraciones en áreas cerebrales encargadas de la coordinación motora y el control de impulsos, como el tálamo, los ganglios basales y la corteza somatosensorial. Estas regiones muestran una actividad anómala en personas con tics, lo que explica su naturaleza involuntaria.

El funcionamiento de la corteza prefrontal, esencial para el autocontrol y la regulación de la conducta, también desempeña un papel importante. Aunque no se ha establecido una causa directa, se investiga si el uso excesivo de pantallas y nuevas tecnologías podría afectar esta zona cerebral, dificultando a largo plazo el control de los movimientos en personas predispuestas.

A esta base neurológica se suman factores genéticos, ya que los tics son más frecuentes en algunas familias, lo que sugiere una predisposición hereditaria. Sin embargo, la forma en que se manifiestan, su duración y severidad dependen también de elementos ambientales y psicológicos.

El impacto de los factores psicológicos

Más allá de la actividad cerebral, los tics tienden a intensificarse en momentos de estrés, ansiedad o frustración. La anticipación de que el tic va a suceder puede generar un círculo vicioso: la persona se pone nerviosa esperando el movimiento, lo que aumenta la tensión y hace más probable que ocurra.

Experiencias vitales complejas, así como una autoexigencia excesiva o un perfeccionismo constante, pueden mantener al cuerpo en un estado de alerta que favorece su aparición. Aunque en la mayoría de los niños los tics son transitorios, se recomienda acudir a un especialista cuando persisten más allá de la adolescencia, empeoran o se acompañan de otros síntomas que afectan la vida cotidiana. Se trata de un trastorno neurológico que, con apoyo psicológico y estrategias de manejo, puede controlarse para reducir su impacto.

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