Un daño celular con consecuencias a largo plazo
La exposición al sol sin la debida protección, que a menudo resulta en enrojecimiento, dolor o descamación de la piel, deja una huella indeleble en el ADN de las células cutáneas. Especialistas en dermatología advierten que cada quemadura solar contribuye a un daño acumulativo que, con el paso de los años, incrementa de manera notable el riesgo de desarrollar melanomas o carcinomas, las formas más comunes de cáncer de piel.
Cuando la piel sufre una quemadura, la radiación ultravioleta (UV) penetra en la epidermis y altera directamente la estructura del material genético de las células, provocando mutaciones. Aunque el cuerpo posee mecanismos para reparar estas lesiones, el proceso no es infalible. Con cada exposición dañina, las mutaciones pueden acumularse. Si el sistema inmunitario no logra corregir estas alteraciones, pueden dar lugar a un crecimiento celular descontrolado, que es la base del cáncer.
La memoria de la piel
El proceso es silencioso y sus efectos no son inmediatos. Una quemadura solar sufrida durante la adolescencia puede ser el detonante de un melanoma que se manifieste décadas más tarde. La evidencia científica es clara al respecto: quienes han sufrido cinco o más quemaduras solares graves a lo largo de su vida tienen un riesgo sustancialmente más elevado de desarrollar cáncer de piel. Aunque los síntomas visibles de una quemadura desaparecen en cuestión de días, el impacto real permanece latente a nivel celular.
Prevención y detección temprana como claves
La principal herramienta contra el cáncer de piel es la prevención. Los expertos insisten en la necesidad de adoptar medidas de protección durante todo el año, no solo en verano. Esto incluye el uso de un protector solar de amplio espectro, reaplicándolo cada dos horas durante la exposición al aire libre, y evitar las horas de máxima radiación solar, generalmente entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde. La protección debe complementarse con ropa adecuada, sombreros y gafas de sol. La educación sobre estos hábitos desde la infancia es fundamental, ya que la piel de los niños es especialmente vulnerable.
Junto a la prevención, la detección temprana es esencial. Se recomienda realizar autoexámenes periódicos de la piel para identificar cualquier lunar nuevo o cambios en los existentes. Ante cualquier lesión sospechosa o una herida que no cicatriza, es crucial acudir a una consulta dermatológica para una evaluación profesional, lo que puede marcar la diferencia en el pronóstico de la enfermedad.