La alteración de las rutinas y la reducción de las horas de descanso pueden tener consecuencias más graves que el simple cansancio. La falta de sueño se ha identificado como un factor de riesgo significativo para la salud, particularmente en el desarrollo de accidentes cerebrovasculares, conocidos como ictus, una patología que muestra una incidencia creciente en personas con edades comprendidas entre los 30 y 40 años.
Factores que elevan el riesgo
Más allá de la cantidad de horas dormidas, la inconsistencia en los horarios y una deficiente higiene del sueño son elementos que contribuyen a este riesgo. La falta de una rutina coherente y saludable puede propiciar la aparición de un ictus en la mediana edad, un periodo en el que no suele ser una enfermedad prevalente. El peligro se incrementa de manera exponencial si coexisten problemas de salud subyacentes.
Un ejemplo notable es la apnea del sueño, un trastorno caracterizado por pausas respiratorias durante el descanso que eleva considerablemente la probabilidad de sufrir un evento cerebrovascular.
Asimismo, la mala calidad del sueño, incluso si se cumple con las horas recomendadas, no solo aumenta el riesgo de padecer un ictus, sino que también dificulta la recuperación posterior, según advierten especialistas del sector de neurorrehabilitación.
Otros efectos de la privación de sueño
Las consecuencias de un descanso inadecuado se extienden a múltiples áreas de la salud. De acuerdo con información de los National Institutes of Health (NIH) de Estados Unidos, la privación de sueño está directamente relacionada con un mayor riesgo de infarto y accidente cerebrovascular.
A nivel sistémico, puede comprometer el sistema inmunitario, alterar la presión arterial y favorecer el desarrollo de enfermedades metabólicas como la obesidad. En el plano mental, la falta de sueño tiene un impacto considerable, pudiendo agudizar cuadros de depresión y acelerar el deterioro cognitivo.
Para mitigar estos riesgos, es fundamental identificar los problemas de sueño subyacentes, priorizar el descanso como un pilar de la salud y gestionar activamente los factores de riesgo personales.