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Del Museo al Monasterio: El Arte Contemporáneo Vuelve a Explorar la Trascendencia

En una sociedad marcada por el consumo y las agendas ideológicas, un número creciente de artistas contemporáneos se aleja del ruido secular para explorar temas de espiritualidad y trascendencia, encontrando en la vida monástica una fuente de inspiración y un contrapunto a la modernidad.
Monasterio de Armenteira, en Pontevedra (Internet).

Una Búsqueda de Sentido

El concepto de trascendencia, entendido como la superación de un límite para ascender a un plano superior, plantea una pregunta fundamental sobre el papel del arte contemporáneo. En un entorno cultural a menudo dominado por el consumo y el debate ideológico, se cuestiona qué obras perdurarán y cuál es su contribución más allá de lo inmediato.

Durante los últimos cien años, la creación artística ha navegado un campo de experimentación estética y ética, rompiendo constantemente sus propios patrones. Sin embargo, en un mundo tecnológico y secular, su vínculo con la tradición espiritual a menudo se pasa por alto. A pesar de ello, existen precedentes históricos, como la pintora Hilma Af Klint o el Trascendental Painting Group, que a finales del siglo XIX y principios del XX exploraron la teosofía y el esoterismo.

Actualmente, aunque gran parte del arte institucionalizado sigue líneas ideológicas definidas —decoloniales, feministas o ecologistas—, impulsadas por agendas museísticas y estatales, han comenzado a surgir indicios de un cambio. Tímidamente, la interrogante sobre lo divino y el sentido trascendente de la vida resurge en el discurso creativo, incluso entre las generaciones más jóvenes.

El Retorno de lo Sagrado

Este resurgimiento se manifiesta en diversas disciplinas. En las artes escénicas, las dramaturgias de Angélica Liddell crean obras laicas con una profunda carga espiritual, alejadas del panfleto. En el cine, la película Sirat de Oliver Laxe presenta las raves como experiencias de trance espiritual, evocando a los monjes eremitas que buscaron a Dios en el aislamiento del desierto.

En la música, artistas como Rigoberta Bandini con su álbum Jesucrista Superstar o Rosalía, con su interpretación del poema de San Juan de la Cruz en “Aunque es de noche”, reinterpretan lo sagrado. Estos ejemplos se suman a un legado de creadores de vanguardia que indagaron en formas devocionales, desde la abstracción de Mondrian y Rothko hasta la figuración de Dalí y el cine expandido de Bill Viola.

El Monasterio como Refugio Creativo

Un notable punto de convergencia entre la búsqueda artística y la vida espiritual se encuentra en los monasterios. Históricamente, estos espacios han servido de retiro e inspiración. Antes de la Guerra Civil Española, el joven arquitecto Rafael Arnaiz ingresó en el Monasterio de San Isidro de Dueñas, y hoy es considerado un santo del siglo XX. Creadores como Federico García Lorca o Luis Buñuel frecuentaban el Monasterio de El Paular en Madrid, un enclave que ofrecía las condiciones de aislamiento y rutina necesarias para la concentración.

En la actualidad, España, el país con más recintos de clausura de Europa, ve cómo sus monasterios abren sus hospederías a estancias temporales. En un contexto de sobreexposición digital y consumismo, estos lugares ofrecen un modelo alternativo. Su austeridad, anonimato y ritmo de vida, marcado por el canto y la oración, proporcionan un entorno para la meditación y la observación. Desde su aparente inmovilidad, los monasterios se presentan como un refugio y una forma de resistencia pacífica contra las presiones de la vida moderna.

La conexión entre la vida contemplativa y la plenitud artística sugiere una posible convivencia entre el mundo seglar y el monacal. Artistas sin fe han demostrado que es posible acercarse a estas tradiciones desde el respeto y la curiosidad. El arquitecto Le Corbusier diseñó la capilla de Ronchamp, y el dadaísta Hugo Ball, tras fundar el Cabaret Voltaire, se dedicó al estudio de los místicos cristianos. Estos ejemplos demuestran que, en la búsqueda de lo esencial, el silencio puede ser revelador. Como recuerda una frase de la orden cartuja: “Solo cuando el lenguaje se detiene se comienza a ver”.

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