La alianza creativa entre el director Steven Spielberg y el compositor John Williams, que ha redefinido la música cinematográfica durante cinco décadas, comenzó con un almuerzo en Beverly Hills en el otoño de 1972. Organizado por un ejecutivo del estudio, el encuentro unió a un director de 25 años con un compositor de 40, sentando las bases de una de las colaboraciones más duraderas e influyentes de la historia del cine.
Spielberg, cuya madre era pianista de concierto, creció con una profunda apreciación por la música clásica. Durante su adolescencia, desarrolló una admiración particular por el trabajo de Williams, escuchando repetidamente la banda sonora de la película Los bribones. Según reportes, el joven aspirante a cineasta se prometió a sí mismo: “Si alguna vez tengo la oportunidad de dirigir una película, quiero que este hombre escriba la música”.
Tras dirigir episodios de televisión y el telefilme Duel, Spielberg tuvo su oportunidad con su primer largometraje, Loca evasión (The Sugarland Express, 1974). Insistió en trabajar con Williams, a quien le pidió un sonido orquestal grandilocuente. Sin embargo, el compositor sugirió un enfoque más íntimo, con armónica y cuerdas, demostrando una sensibilidad que se adaptaba a la narrativa específica de la película.
Este período profesional coincidió con una tragedia personal para Williams: la repentina muerte de su esposa, Barbara Ruick, que lo sumió en un profundo aislamiento. La relación con Spielberg, descrita por la hija del compositor, adquirió un matiz paterno-filial, proporcionando un ancla en un momento de gran dificultad personal.
La Partitura que Aterró al Mundo
El punto de inflexión definitivo para su colaboración llegó con Tiburón (1975). Filmada en condiciones complejas y con un tiburón mecánico que funcionaba de manera intermitente, la película dependía en gran medida de la capacidad de la música para generar suspense. Los ejecutivos del estudio Universal dudaban de la efectividad del filme hasta que escucharon la partitura de Williams.
El compositor ideó un motivo de una simplicidad radical: dos notas en semitono, repetidas en un ostinato que evocaba una amenaza primal e inminente. “Era algo muy repetitivo, visceral, que te atrapa en las entrañas”, explicó Williams. Aunque Spielberg inicialmente se mostró escéptico ante la sencillez del tema, pronto reconoció su genialidad. La música se convirtió en la presencia del depredador, una decisión narrativa que permitió que la amenaza fuera palpable incluso cuando el tiburón no estaba en pantalla.
El estreno de Tiburón fue un fenómeno cultural que inauguró la era del “blockbuster” de verano. La partitura de Williams no solo se convirtió en sinónimo universal de peligro, sino que, en palabras del propio Spielberg, resultó “más aterradora que el propio tiburón”. El trabajo le valió a Williams un Oscar, un Grammy y un BAFTA, consolidando su estatus como uno de los compositores más importantes de su generación.
Un Legado Duradero
La influencia de la colaboración entre Spielberg y Williams trasciende el éxito comercial. Artistas como Stanley Kubrick y Stephen Sondheim reconocieron el impacto de la banda sonora de Tiburón en sus propias obras. La capacidad de Williams para crear motivos musicales indelebles, combinada con la visión cinematográfica de Spielberg, elevó el papel de la música de un simple acompañamiento a un elemento narrativo fundamental.
Fue Spielberg quien recomendó a Williams con su amigo George Lucas para un proyecto de ciencia ficción llamado Star Wars. Este gesto selló el comienzo de una nueva era dorada para las bandas sonoras orquestales en Hollywood. La alquimia creativa que comenzó en un restaurante de Beverly Hills no solo definió sus carreras, sino que continúa inspirando a cineastas y músicos en todo el mundo.