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Nihonga y Yōga: La encrucijada del arte japonés entre la tradición y la modernidad

Durante la Restauración Meiji, el arte japonés se dividió entre el Yōga, que adoptaba estilos occidentales, y el Nihonga, un movimiento que buscaba modernizar la tradición para preservar la identidad cultural de Japón frente a la globalización.

Una nación en transformación

La Restauración Meiji de 1868 marcó un punto de inflexión en la historia de Japón. Tras más de dos siglos de gobierno militar (shogunato), el poder político fue restaurado al emperador Mutsuhito, quien impulsó una era de modernización y una apertura sin precedentes a Occidente. Esta profunda transformación social y política generó un intenso debate cultural sobre la identidad nacional, que encontró en el arte uno de sus campos de batalla más significativos.

La influencia occidental y el surgimiento del Yōga

Con la apertura de fronteras, el interés por el conocimiento y las técnicas extranjeras se extendió a todas las disciplinas. En el ámbito artístico, esta fascinación dio origen al Yōga, un movimiento que significa literalmente “pintura de estilo occidental”. Liderado por pioneros como el pintor Kawakami Tōgai, fundador de una influyente escuela de arte, el Yōga representó una ruptura radical con las convenciones estéticas japonesas.

La novedad del movimiento se centró en dos aspectos fundamentales: la adopción del óleo sobre lienzo, en contraste con las tradicionales pinturas sobre seda o papel washi, y un marcado énfasis en el realismo figurativo, especialmente en el retrato. Artistas como Takahashi Yuichi, considerado uno de los primeros exponentes del Yōga, buscaron capturar el mundo con una objetividad inspirada en el arte europeo. Esta modernización fue acompañada de políticas que buscaban acercar el arte a un público más amplio, logrando una considerable popularidad.

Nihonga: La respuesta a la modernización

No todos vieron esta occidentalización con buenos ojos. El crítico e intelectual Okakura Kakuzō, educado tanto en la tradición budista como en la lengua inglesa, percibió la creciente influencia occidental como una amenaza para la herencia cultural de Asia. En colaboración con el coleccionista estadounidense Ernest Fenollosa, Okakura se convirtió en el principal promotor de un movimiento de respuesta.

Propuso el término Nihonga, o “imágenes de estilo japonés”, para agrupar a artistas como Kanō Hōgai y Hashimoto Gahō, quienes defendían un retorno a los materiales y temas tradicionales: la tinta, los pigmentos minerales, la caligrafía y la representación de la naturaleza. Sin embargo, el Nihonga no fue un simple rechazo a la modernidad. Como Okakura escribió en su libro El despertar de Japón, su visión era a la vez artística y política, y buscaba reafirmar la identidad japonesa en un mundo cambiante.

Un legado sincrético y duradero

Aunque se definía como tradicionalista, el Nihonga incorporó de manera sutil elementos occidentales, principalmente la perspectiva lineal. Este detalle confirió a sus obras una profundidad y una modernidad notables, dotando de mayor imponencia a los paisajes y a las figuras mitológicas. Esta fusión de técnicas se extendió más allá de Japón, inspirando a artistas chinos que, tras su contacto con el movimiento, fundaron la influyente Escuela Lingnan en su país.

El sincretismo del Nihonga le permitió evolucionar de un estilo específico a un gesto estético más amplio, cuyo pulso aún resuena en el arte contemporáneo. Su influencia es visible en el movimiento Neo-Nihonga de las últimas décadas, así como en la obra de artistas de renombre internacional como Takashi Murakami. El Nihonga no solo preservó el arte japonés, sino que demostró cómo una tradición milenaria podía dialogar con la inevitable globalización, encontrando, en palabras de Okakura Kakuzō, “algo posible en esta cosa imposible que conocemos como vida”.

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