Quinientos años después de su creación en 1513, las sentencias de Nicolás Maquiavelo continúan resonando como un manual preciso y a menudo incómodo sobre la política real. En su obra fundamental, El Príncipe, el autor florentino no propuso ideales utópicos, sino que ofreció un diagnóstico crudo sobre la naturaleza humana y el ejercicio del poder. Sus observaciones, despojadas de sentimentalismo, parecen diseñadas para describir la vida pública contemporánea, ya sea en tiempos de crisis o de estabilidad, en democracias consolidadas o en regímenes autoritarios.
Un Pragmatismo Inalterable
La tesis central de Maquiavelo radica en la separación entre la moral personal y la necesidad política. Sus reflexiones trazan un espejo en el que los liderazgos actuales pueden verse reflejados: la conveniencia de mostrarse virtuoso aunque no siempre se sea, la advertencia de que es más seguro ser temido que amado, o la certeza de que “los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio”. Para Maquiavelo, lo que a veces parece una virtud puede ser causa de ruina, mientras que un aparente vicio puede garantizar el bienestar y la seguridad del Estado.
En la política del siglo XXI, donde la comunicación instantánea multiplica promesas y desmentidas, su análisis sobre la infidelidad de los gobernantes a los tratados y compromisos recobra una notable vigencia. Un príncipe, argumentaba, “no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses”. Esta lógica, aunque controvertida, sigue siendo una constante en la arena geopolítica.
Astucia y Fuerza: El Zorro y el León
Una de sus metáforas más célebres define la dualidad que debe encarnar un gobernante eficaz. “Hay que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos”, escribió. Esta recomendación subraya la necesidad de combinar la astucia para detectar engaños y la fuerza para imponer autoridad. Aquellos líderes que solo dependen de la fuerza, advertía, demuestran una peligrosa falta de visión estratégica.
Maquiavelo también ofreció una perspectiva pragmática sobre el tratamiento de los adversarios: “A los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden”. La ofensa, por tanto, debía ser de tal magnitud que anulara cualquier posibilidad de represalia.
Un Manual para el Poder Contemporáneo
El autor describió a la generalidad de los hombres como “ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro”. Desde esta perspectiva, la lealtad ciudadana es frágil y circunstancial. Mientras el gobernante provee bienestar, el pueblo ofrece su apoyo, pero “cuando la necesidad se presenta, se rebelan”. Por ello, sostenía que el vulgo se deja engañar principalmente por las apariencias y el éxito.
Aunque Maquiavelo escribió para príncipes del Renacimiento, sus observaciones se aplican hoy a presidentes, ministros y dirigentes que enfrentan el mismo dilema fundamental: hasta qué punto se puede gobernar con virtudes y cuándo es indispensable recurrir a lo que él, sin ambages, denominó el mal necesario.