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La Calle de los Libreros de Bogotá: Un Refugio del Libro Impreso en la Era Digital

En la capital colombiana, la 'Calle de los Libreros' persiste como un bastión de la cultura del papel, donde la tradición del libro impreso y la interacción humana resisten el avance de la digitalización, atrayendo a diversas generaciones y visitantes.
La Calle de los Libreros, un refugio para la cultura del papel

En el vibrante paisaje urbano de Bogotá, la conocida 'Calle de los Libreros', ubicada en un céntrico sector, ofrece un espectáculo familiar para quienes aprecian la cultura del libro. Aquí, ejemplares de todas las épocas se apilan en mesas, estantes y cajas a lo largo de las aceras, conviviendo con locales que resguardan volúmenes antiguos, a menudo protegidos con esmero.

Este rincón, que parece ajeno a la omnipresencia de las pantallas y las plataformas digitales, invita a una compra pausada. Los transeúntes conversan con los libreros, y el mayor placer reside en el descubrimiento fortuito de algún título inesperado. La calle se consolida así como un refugio para la cultura del papel, un espacio donde lo impreso conserva su esencia.

Según narran los lugareños, la historia de esta calle se remonta a finales de los años 90. En aquel entonces, políticas de reordenamiento urbano concentraron en un mismo sitio a comerciantes que antes operaban de forma dispersa en el centro de la capital. Estos vendedores, quienes ofrecían libros usados, revistas y discos en puestos improvisados, fueron reubicados aquí, lo que permitió que la 'Calle de los Libreros' se consolidara como un epicentro de venta de usados y adquiriera su propia identidad cultural.

Detrás de cada puesto y local en la calle, se esconden historias personales y familiares. Algunos libreros heredaron el oficio de sus padres y abuelos, mientras que otros llegaron a él por azar, enamorados de un libro encontrado en alguna feria o movidos por el deseo de hacer de la lectura un estilo de vida. Con el tiempo, este espacio se ha transformado en un punto de referencia, donde distintas generaciones y visitantes de otras latitudes convergen en busca de historias impresas.

En las mesas callejeras, la diversidad es palpable: desde manuales escolares —muchos de ellos desactualizados— hasta ediciones de lujo de clásicos de la literatura universal, colecciones de historietas, libros de autoayuda, textos de filosofía y recetarios olvidados. Entre las joyas más buscadas de la literatura latinoamericana se encuentran obras de Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano y Alejandra Pizarnik, que atraen a los compradores al paso.

Los libreros anuncian los títulos en voz alta, y para los clientes, la conversación es casi tan gratificante como la compra. Se entablan diálogos sobre los libros, se negocian precios, se intercambian sugerencias y anécdotas. En este lugar, los algoritmos permanecen relegados por un tiempo, cediendo el paso a la interacción humana genuina.

Desde temprano, mientras los locales abren sus persianas, los vendedores organizan sus libros en caballetes improvisados o sobre telas extendidas en el suelo. Los libreros cuentan que profesores e investigadores suelen ser los primeros en llegar, buscando títulos específicos. Más tarde, los estudiantes buscan sus lecturas obligatorias a precios accesibles, y al mediodía, turistas curiosos y transeúntes del centro histórico son atraídos por la atmósfera bohemia y cultural.

Cada día trae consigo escenas únicas: alguien se emociona al encontrar un ejemplar largamente buscado, un coleccionista pregunta por una edición rara, un visitante hojea un libro y descubre una dedicatoria manuscrita de décadas atrás. Son estas vivencias las que infunden vitalidad e identidad al pasaje.

Para estos vendedores callejeros, el desafío es la supervivencia en la era digital. Con el auge del e-book, los audiolibros y las compras en línea, podría parecer que sus días están contados. Sin embargo, su persistencia demuestra que ofrecen algo que ningún dispositivo puede replicar: el contacto humano y sensorial, la charla inherente a la lectura. Aquí, el libro viene acompañado de una experiencia: se toca, se huele, se abre, y junto a él, una voz lo recomienda, lo valora y lo rescata de alguna caja olvidada.

La 'Calle de los Libreros' es más que un mercado; es un símbolo de resistencia. En este corredor, Bogotá reafirma su profundo vínculo con la cultura escrita y nos recuerda que, en medio de la vorágine tecnológica, todavía existe un lugar donde lo impreso conserva un poder irremplazable, un valor que resuena en cualquier ciudad con una arraigada tradición literaria.

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