La diferencia está en los aditivos, no en el combustible base
En un contexto de aumento generalizado de precios, desde la cesta de la compra hasta los alquileres, los consumidores buscan activamente formas de reducir sus gastos. Para los conductores, una de las estrategias más comunes es optar por estaciones de servicio de bajo costo, cuyos precios de combustible son notablemente inferiores a los de las marcas tradicionales.
Esta decisión, sin embargo, plantea una pregunta recurrente sobre la calidad y los posibles efectos a largo plazo de este combustible más económico en el motor de los vehículos. La respuesta, según análisis de la industria y organizaciones de consumidores, es que la gasolina de bajo costo no es, en principio, perjudicial.
La clave para entender la diferencia de precios no se encuentra en el combustible base, sino en los componentes añadidos. La gasolina se compone de tres elementos principales: una mezcla de hidrocarburos, etanol y aditivos. La mezcla de hidrocarburos, que constituye más del 90% del producto final, proviene de las mismas refinerías para todos los distribuidores, asegurando una calidad estandarizada.
El segundo componente es el etanol, añadido en proporciones reguladas para crear un combustible con menor impacto ambiental. La diferencia fundamental reside en el tercer elemento: los aditivos.
El impacto real de los aditivos
Los aditivos son sustancias químicas diseñadas para mejorar el rendimiento, limpiar y proteger los componentes del motor. Las grandes compañías petroleras invierten sumas considerables en investigación y desarrollo para crear fórmulas patentadas que, según afirman, alargan la vida útil del vehículo.
Las empresas de bajo costo también utilizan aditivos para cumplir con las normativas, pero generalmente no invierten en el desarrollo de estas fórmulas avanzadas, lo que les permite reducir el precio final. Sin embargo, la efectividad superior de los aditivos “premium” es un punto de debate.
La proporción de estos aditivos en la mezcla total de combustible es mínima, y no existen pruebas concluyentes e independientes que demuestren una diferencia significativa en la longevidad de un motor alimentado exclusivamente con combustible de marca frente a uno que utiliza combustible de bajo costo. Comprobarlo científicamente requeriría un estudio a largo plazo con dos vehículos idénticos sometidos a las mismas condiciones de uso, algo extremadamente difícil de llevar a la práctica.
Los mitos sobre prácticas ilegales, como la adición de agua al combustible, corresponden a casos aislados de fraude que pueden ocurrir en cualquier tipo de establecimiento y no representan el modelo de negocio de las cadenas de bajo costo. La calidad del combustible base está garantizada por la regulación.
En consecuencia, la elección entre un combustible de mayor o menor precio se convierte en una decisión económica personal. Para los conductores que buscan optimizar su presupuesto, la gasolina de bajo costo representa una alternativa viable sin evidencia sólida que sugiera un riesgo para la mecánica de sus vehículos.