Más allá del mito literario
La figura de Jorge Luis Borges ha sido comúnmente asociada a la erudición y a un universo intelectual casi ascético. Sin embargo, el ensayo “Borges enamorado” del autor Patricio Zunini, propone una lectura distinta, que se adentra en la faceta menos explorada del escritor argentino: su vida sentimental. El libro se presenta como una crónica de sus amores, argumentando que estos no fueron meros episodios biográficos, sino elementos cruciales en la formación de su identidad y su obra.
Los primeros amores y la forja del escritor
El recorrido sentimental de Borges inicia con Concepción Guerrero, su primera novia. Según el análisis de Zunini, esta relación se enmarcó más en una convención social juvenil que en una pasión profunda. Borges se comportaba como un adolescente que buscaba cumplir con el rito de tener una novia. La distancia física terminó por enfriar el vínculo, a pesar del intercambio de cartas. Esta primera experiencia, marcada por la formalidad, prefiguraba un camino sentimental complejo.
Un episodio fundamental en su vida ocurrió en diciembre de 1938. Al subir unas escaleras para visitar a una mujer, Borges sufrió un grave accidente al golpearse la cabeza, lo que derivó en una septicemia que casi le cuesta la vida. De esa convalecencia nacería su nueva faceta como autor de ficciones, marcando un antes y un después en su producción literaria. La identidad de la mujer a la que se dirigía sigue siendo un enigma, aunque se especula con dos nombres: la diplomática uruguaya Emmita Risso Platero o la escritora chilena Luisa Bombal. Este evento se interpreta como un momento fundacional donde el dolor y el rechazo amoroso catalizaron una transformación creativa.
El conflicto entre la pasión y el matrimonio
La relación con Estela Canto representa un capítulo central. A ella le dedicó uno de sus cuentos más célebres, “El Aleph”. Este vínculo estuvo marcado por una intensa tensión entre el deseo y la incapacidad de Borges para concretar una relación independiente de la figura de su madre, Leonor Acevedo. Una anécdota citada en el libro ilustra este conflicto: mientras Borges y Canto se encontraban en un bar, su madre apareció para llevárselo, interrumpiendo el encuentro de forma decisiva. La relación no prosperó y, tiempo después, Canto se enteraría por un tercero del futuro matrimonio de Borges.
Borges finalmente se casó en 1967, pero no con una figura de su presente, sino con Elsa Astete, una mujer a la que había conocido y que lo había rechazado en la década de 1930. Para entonces, ella era viuda y tenía un hijo. El propio Borges admitiría más tarde que fue un error, una confusión entre el reencuentro con una persona y el intento fallido de “recobrar el pasado”. El matrimonio duró poco y terminó en una separación conflictiva, un sacrificio que, según la tesis del ensayo, lo liberaría de ataduras previas, incluida la de su madre.
El capítulo final: María Kodama
La última y más definitiva relación en la vida de Borges fue con María Kodama. Este vínculo, que culminó en matrimonio poco antes de la muerte del escritor, ha sido objeto de numerosas controversias. Se ha acusado a Kodama de alejarlo de sus amigos y de ejercer una influencia desmedida. Sin embargo, Zunini la presenta como la figura que cierra el ciclo de su educación sentimental. Borges, ya en su vejez y ceguera, le entregó su legado y su confianza plena.
La historia de los amores de Borges, tal como la reconstruye el ensayo, es la de una virilidad desarrollada al margen de las convenciones. Un recorrido que comienza con amores juveniles y formales, atraviesa relaciones marcadas por la tragedia y la frustración, y culmina en un acto de entrega total. La narrativa que inicia con una novia de apellido Guerrero concluye, simbólicamente, con la mujer a la que Borges llamaba “mi samurái”.