En su obra, Jorge Luis Borges se preguntó de qué manera un libro podría ser infinito. Esa interrogante parece proyectarse sobre su propia figura, cuya literatura se concibe como un universo en expansión: una red de citas, referencias y reinterpretaciones que ha generado una bibliografía crítica casi tan vasta como la biblioteca que imaginó. Su obra no solo invita a la lectura, sino a la multiplicación de lecturas, configurando un autor con múltiples rostros.
Para explorar esta diversidad, diez autores y críticos argentinos fueron consultados sobre su Borges predilecto, revelando no a un solo escritor, sino a una legión de ellos.
El Pensador y el Teórico
Varios especialistas coinciden en que la faceta más influyente de Borges es la del ensayista, aquel que utiliza la literatura como un laboratorio de ideas. Para el escritor Nicolás Mavrakis, “el Borges más potente es el Borges ensayista”, incluso dentro de su ficción. Cuentos como El Aleph, sostiene, son también vehículos para discutir sobre la representación literaria o los premios culturales. Mavrakis recomienda a los nuevos lectores acercarse primero a sus ensayos en libros como Inquisiciones o Discusión, donde encontrarán a un autor “más simple, incluso didáctico, siempre irónico y entretenido”.
En esa misma línea, el crítico Maximiliano Crespi destaca al Borges que en Discusión (1932) y Otras inquisiciones (1952) “arranca el pensamiento de la literatura de los lugares comunes del nacionalismo”. Este Borges, afirma, resquebrajó la concepción institucional de la literatura al cuestionar las nociones de canon, autoría e influencia. Es un autor que, como señaló Ricardo Piglia, “está todavía por delante, como una palabra que llega del futuro”.
El escritor Guillermo Martínez, autor de Borges y la matemática, prefiere al Borges del “humor filosófico”. Se detiene en Pierre Menard, autor del Quijote, un relato que, más allá de parecer un “chiste alambicado”, pone en escena un complejo problema sobre la interpretación, demostrando que los mismos signos pueden significar lo contrario en épocas distintas. “Me gusta mucho esa manera en que un pensamiento riguroso se puede filtrar a través del humor y la literatura”, señala Martínez.
El Maestro de la Ficción en sus Distintas Etapas
La obra narrativa de Borges también ofrece múltiples versiones. La investigadora Sylvia Saítta elige al Borges de los años setenta, el que publicó El informe de Brodie tras casi dos décadas sin editar ficción. En este libro, explica, Borges revisita sus inicios, reescribe sus temas y dialoga con la tradición gauchesca y con autores como Roberto Arlt. Es un autor que interviene de modo oblicuo en la realidad política de su tiempo a través de cuentos como El otro duelo.
Para el periodista Patricio Zunini, el apogeo se encuentra en El sur, un cuento donde confluyen “la autobiografía, el destino, la civilización y barbarie”. Zunini resalta su estilo, “como si fuera una pesadilla”, y su vínculo con el accidente que Borges sufrió en 1938, un hecho que el propio autor marcó como el origen simbólico de su narrativa.
Por su parte, el escritor Ignacio Molina se decanta por el cuentista de la década del cuarenta, el autor de Ficciones y El Aleph. Molina evoca a un Borges “vanguardista” que aún no era una celebridad mundial, “pudoroso, vitalista y enamorado no correspondido que tenía que trabajar para vivir y mientras tanto componía en silencio y sin estridencias muchos de los mejores cuentos de la literatura universal”.
Borges Más Allá de la Página
La figura de Borges trasciende su obra escrita. La editora Bárbara Pistoia identifica tres Borges favoritos fuera de la literatura estricta: el ensayista como lector del mundo, el “Borges fotografiado”, y su preferido, el “Borges de Bioy”. Este último, presente en los diarios de Adolfo Bioy Casares, “es como una creación mutante entre ambos, no es Borges ni es Bioy, sino que es el resultado de ambos, en su amistad y en la distancia”.
El escritor Juan Terranova comparte esta predilección. Afirma que el Borges que más disfruta es el retratado por Bioy: “un Borges mundano, intolerante, crítico, acertivo, propenso a decir barbaridades”. Este Borges, filtrado por la mirada de su amigo, le resulta más atractivo que el de su propia obra.
La escritora y psicoanalista Natalia Zito se siente seducida por el Borges de las conferencias, aquel con “voluntad de donar sus palabras para que otros pudieran, con ellas, entender el mundo”. Prefiere leer sus disertaciones a escucharlas, para así acceder a un Borges que permitía al público ser testigo de su pensamiento en tiempo real.
Finalmente, la escritora Sonia Budassi elige dos obras menos transitadas. Por un lado, el libro de poemas Fervor de Buenos Aires, donde un mismo poema es corregido y reescrito en cada edición. Por otro, su curso de literatura argentina dictado en la Universidad de Michigan, un texto que considera un “libro de historia pura y dura” en el que Borges desarma mitos fundacionales de la cultura argentina, como la idea de patria en el gaucho del siglo XVIII, con una pericia pedagógica que rehúye el lugar común.
Cada una de estas visiones confirma que no existe un único Borges, sino un incesante espejo que se mira en otro, una obra y una figura tan inabarcables como el universo mismo.