La escritura frente al entretenimiento
Para la poeta, ensayista y narradora María Negroni, existe una distinción fundamental en el mundo de los libros: aquellos que ofrecen entretenimiento y aquellos que proponen “escrituras”. En su visión, la literatura que perdura no busca simplemente contar una anécdota, sino explorar las profundidades del lenguaje. “Yo no le pido a la literatura que me entretenga. De hecho, los libros entretenidos me aburren profundamente”, afirma. Lo que le seduce, en cambio, es la incursión en el instrumento mismo de la creación, donde se revela un temperamento y una tensión particular con las palabras.
Negroni, quien recientemente regresó a Argentina tras una residencia de un año en Berlín otorgada por el prestigioso programa DAAD, sostiene que muchos libros que se venden como literatura son, en realidad, “entretenimientos”. La literatura que le interesa es aquella que plantea preguntas y se adentra en la complejidad, en contraposición a una tendencia actual hacia la simplificación del lenguaje, donde “los significados se calcifican” y no hay espacio para la ambigüedad o la duda.
El diálogo con la tradición
Esta reflexión es central en su nuevo libro, Colección permanente (Random House), una obra que, como gran parte de su producción, cruza el ensayo con la autobiografía y la biografía. Negroni desafía la noción romántica del autor frente a una página en blanco. “Eso de la página vacía es falso. La página está siempre llena porque todo lo que nosotros pensamos, sentimos, odiamos (...) ya se ha escrito”, asegura. Desde esta perspectiva, escribir no es crear desde la nada, sino trabajar con un material ya existente, un vasto archivo de la experiencia humana que se extiende desde la antigüedad.
El desafío del escritor, entonces, es encontrar un camino propio, una “fisura” en ese acervo. Implica, por un lado, un “descenso” a un material personal profundo y, por otro, un diálogo con las “sensibilidades afines” de la tradición literaria. En su obra, esto se manifiesta en un constante parafraseo y reescritura de otros autores, no como una imitación, sino como una forma de construcción. La belleza, para Negroni, emerge de este proceso, como “la ruptura de lo esperado”, una iluminación que sorprende al lector.
Figuras tutelares y el mercado literario
Entre las figuras que han marcado su trayectoria se encuentra el poeta Juan Gelman, a quien recuerda no solo por su monumental obra, sino por su generosidad y calidad humana. Su relación con él, forjada durante el exilio del poeta, es un ejemplo del tipo de diálogo que nutre su escritura. En su libro, Negroni también se dirige a un “querido maestro”, una figura que, admite, es en parte un interlocutor interno inspirado en las misteriosas cartas de Emily Dickinson, y en parte un homenaje a las muchas voces que la han formado.
Con una mirada crítica, Negroni también analiza el funcionamiento del mercado editorial, que a menudo termina absorbiendo los márgenes y convirtiendo movimientos artísticos o sociales en productos de consumo. Pone como ejemplo el reciente auge de la literatura escrita por mujeres. Si bien celebra los avances en la recepción de estas obras, advierte sobre la imposición de un “deber ser” por parte de “agendas supuestamente progresistas” que pueden terminar valorando más el tema que la calidad de la escritura. “No todo lo que está escrito por las mujeres es excelente”, puntualiza, defendiendo que el valor literario trasciende el género del autor y el tema abordado.
Como directora de la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF), Negroni transmite esta visión a nuevas generaciones, instándolas a “desaprender” lo consabido para encontrar una voz propia. Su obra y su magisterio se erigen como una defensa del arte como un “juego complejo”, un territorio de libertad e imaginación indispensable para los adultos.